Contamos historias para saber que no estamos solos, para protegernos de la intemperie del mundo. Inventar relatos y contarlos es un modo de domesticar el universo. Más allá de explicar y dar cuenta más o menos cabal de nuestro origen y vínculos, los mitos establecen las coordenadas para que comprendamos nuestro cordón umbilical con lo divino y, así, para que sepamos que somos objeto de un cuidado, de una elección, de la participación en algo más grande que nosotros mismos. Más grande, incluso, que nuestra expectante esperanza. Los mitos son un mapa que nos permite llegar a puerto al revelarnos de dónde venimos. Son la falsilla con la cual el Creador nos anima a seguir escribiendo derecho aun con renglones torcidos.