La historia de Don Juan, el impío ligero, seductor y demoníaco, cuya existencia se consume intentando conciliar la libertad humana con la necesidad de la gracia no es una liturgia ingenua pensada para los nostálgicos del mundo de ayer, transfigurado como imagen del orden y la seguridad. ¡Quién sabe! Muy probablemente un drama no servirá para cambiar el mundo pero tal vez conduzca a los hombres hasta ese umbral, señalándoles que lo que cuenta de veras está al otro lado, porque hay un dolor más intenso que la infelicidad: la incapacidad de tener esperanza.