Los críticos musicales de la época describieron la voz de la soprano noruega Kirsten Flagstad como la luz del sol que incide sobre la cúspide de una montaña coronada por un glaciar. Jessye Norman la asemejó al oro líquido sobre terciopelo negro, mientras que Elisabeth Schwarzkopf percibió que tenía la dimensión de una madre cósmica que abraza el universo. En el Metropolitan de Nueva York en el que reinó durante décadas junto a su mejor pareja artística, el heldentenor danés Lauritz Melchior, la noche de su última actuación como Isolda el personaje que encarnó a la percepción durante toda su carreta operística la llamaron a escena en trece ocasiones y los aplausos duraron más de veinte minutos