Manual de anfitriones se inspira en la obra homónima de Alexandre Balthazar Laurent Grimod de la Reynière, escrita tras la Revolución francesa. La sangre se esconde con manteles y con la ortopedia cínica y formal de la burguesía ascendente. Era una época, como la nuestra, con complejo de postrimería y cada cual hubo de decidir a qué lado de la mesa, si arriba o debajo, prefería sentarse. Grimod inventó una forma de relato, domó la gastronomía hasta hacerla sexual, vio clara la relación entre el comercio y el gusto, el paladar y la ética. Almanaques, pues, que son ars vivendi. Escribió, por ejemplo: «Hay demasiado vino en el mundo para las misas y demasiado poco para hacer girar los molinos, bebámoslo pues». Del mismo modo, el libro que tiene entre las manos habla de hambre, de revoluciones domésticas y utopías épicas. Habla de amor, de empatía, de conciencia. En fin, la literatura es el arte de contar lo mismo como si fuera nuevo, y también es una conversación íntima que no se somete al tiempo ni al espacio, y también una orgía de la palabra que ahuyenta los cánones y las etiquetas, y también una forma personal y única de sorprenderse. Y, sí, esta poesía es también una guía de perplejos, título de una obra de Javier Muguerza que es la segunda inspiración con la que se pone en diálogo, y seguiríamos hablando, pero nos hemos quedado sin más sitio en esta contraportada.