El poeta despierta, abre su ventana e inicia un canto, canta a la sutileza del día, a la constancia de los elementos que moldean la tierra, al ahogo del recién nacido, le canta al hombre del desierto, al que tiene el poder del fuego en sus manos, al que los suyos, los que no se atrevieron a liberar-se, los que temen su sagrada soledad, le clavan las uñas por la espalda.