Entre 1915 y 1922 -años de la redada contra los intelectuales armenios de Constantinopla y el incendio de Esmirna respectivamente- el régimen de los Jóvenes Turcos perpetró el Genocidio Armenio, la destrucción del pueblo armenio en el territorio del Imperio otomano. Era la última etapa de un ciclo de matanzas y violencia que se remontaba a finales del siglo XIX. El camino que condujo a los barrios armenios en llamas y al abandono de las mujeres y los niños para que muriesen en los desiertos de Siria partió de despachos ministeriales, de oficinas policiales y de reuniones en sociedades secretas de oficiales otomanos. Participaron en él soldados y poetas, médicos y juristas, autoridades y funcionarios. Sin embargo, la historia de este genocidio no es sólo la del crimen, sino también la de la resistencia. Allí donde pudieron combatir, los armenios pelearon. Muchos lucharon hasta la muerte. Otros lograron huir a Europa o a América. Fueron testigos del exterminio diplomáticos, misioneros y soldados extranjeros al servicio del Imperio otomano. En un periodo de apenas siete años, la vida vibrante de las comunidades de la Armenia histórica había desaparecido.