Intenté huir, pero alguien me golpeó en la cabeza y ca¡ al suelo. No recuerdo nada más. Cuando abr¡ los ojos estaba en un lugar oscuro y fr¡o. Abba, me miraba serio. Alce la mano, pero me dijo que no pod¡a tocarlo, porque yo estaba muerto. La casa siempre estaba a oscuras. Mama pasaba largas horas llorando sentada en la butaca frente a la chimenea, con mi foto en las manos. Yo sab¡a que no estaba muerto, cómo sino pod¡a acercarme a ella de noche mientras dorm¡a, tocarle la cara, acariciarle el pelo.Abba, el rabino, dec¡a que no era más que una ilusión de mi esp¡ritu, que ni siquiera su imagen era real cuando me hablaba. Dijo también que el Sheol, ese lugar horrible a donde van las almas impuras, es un sitio engañito, donde los muertos creen estar vivos y actúan como si as¡ fuese.Pero yo no estoy muerto. Ni vivo en ese infierno. Sino en casa, en mi casa. Aunque no entiendo por qué nadie puede verme.Una novela escalofriante, con una fuerte carga emocional y dramática. Donde la fe jud¡a, los prejuicios sociales y el complejo mundo de la mente, van unidos de la mano.