Dicen que perdonar a los muertos es más sencillo que contemporizar con los vivos. Puede que sea cierto. Lo que es seguro es que todo se complica cuando deja de estar clara la diferencia entre ambas cosas. Ella lo sabe. Y, a pesar de todo, decide volver al faro. Su mole negruzca sigue allí, en ruinas pero en pie: la gente del pueblo aún no se acerca demasiado. Todos se han criado oyendo historias de pueblos hundidos, almas en pena y naufragios provocados. Es fácil sugestionarse. Pero ella no está dispuesta a dejarse arrastrar por esa marea: piensa agarrarse fuerte a las cuerdas, a todo lo bueno que pueda haber en aquel faro, al recuerdo de su padre.