El tratado de Aquisgrán de 1748 que puso fin a la Guerra de Sucesión Austríaca no logró el objetivo buscado por la diplomacia europea, mantener una situación de equilibrio económico, militar y territorial entre las principales potencias evitando un excesivo predominio de una de ellas sobre las restantes, lo que auguraba un nuevo conflicto. Los primeros disparos se cruzaron en Norteamérica entre tropas británicas y francesas en la primavera de 1754, agravándose el conflicto durante el año siguiente, hasta que en mayo de 1756 Gran Bretaña declaró la guerra a Francia.