Los traductores han sido históricamente acusados de ser unos traidores. Si a los editores Goethe los enviaba directamente al averno, por ser hijos del diablo, aquellos siguen siendo condenados a un infierno peor: el del olvido. Amelia Pérez de Villar, escritora y traductora, aborda en este apasionante e intenso ensayo una reflexión lúcida y comprometida con un oficio que, sin renunciar al rigor y la profesionalidad, considera artesano. No es una profesión apta para simples titulados en traductología ?«el diccionario se queda siempre corto»?, sino para iniciados con horas de vuelo, para los que la vocación no deja de ser aliada de la experiencia, la sabiduría, el instinto y la cultura.