Pasada la media noche, Jesús tocó a la puerta. Ella conoció al instante la cadencia de aquellos golpes, que la rescataron de un sueño ligero. Hacía más de nueve semanas que su hijo se había marchado sin decirle cuál era su destino ni si tenía previsto regresar. Venía quemado por el aire del desierto y desmejorado a causa de un ayuno prolongado, aunque tenía las ropas limpias, el cabello bien peinado y la barba recortada, como si se hubiera molestado en atusarse para darle una buena impresión. -Madre...".