El alzhéimer no supone el final de la convivencia. La autora comparte un relato testimonial de fortaleza, impregnado de ternura. Sin caer en sentimentalismos, nos muestra cómo mantiene una vida plena en compañía de su marido enfermo de alzhéimer desde hace más de diez años. Explica cómo han logrado ralentizar los efectos de la enfermedad y describe la necesaria convivencia social, teniendo en cuenta el acople singular que cada familia ha de considerar, pensando en el enfermo. Nos recuerda que contamos con una fabulosa herramienta para el cuidado: se trata de la «ternura en el trato» que ella misma describe entre líneas. El amor prevalece en las dificultades, y es capaz de encontrar lo que al otro le hace sentirse mejor.