Las aspiraciones democráticas y revolucionarias herederas de la Ilustración se enfrentan a una paradoja: la universalidad de los principios, de los ideales igualitarios y de justicia, se ve traicionada por las instituciones llamadas a realizarlos, unos Estados que se erigen sobre fronteras inevitablemente arbitrarias, que no responden, ni pueden responder, a justificación racional o democrática. El ideal ciudadano, que inspiró revoluciones contra los privilegios señoriales y, en general, contra cualquier desigualdad de origen (color de la piel, sexo, etc.), se ha intentado realizar mediante una herramienta con un radio de acción limitado, que niega el acceso a derechos y recursos a aquellos que han tenido el mal azar de venir al mundo en el lado malo de la frontera. No hay una respuesta decente a este reto. Pero sí una línea de intervención inequívoca: eliminar fronteras, ampliar la comunidad de ciudadanos, supone una conquista emancipatoria. Una frontera es una mala cosa. Pero trazar una donde no existía es todavía peor. Quienes quieren levantar fronteras, en una suerte de xenofobia superlativa, no es que no quieran a los extranjeros como conciudadanos, es que quieren a los conciudadanos como extranjeros. De un tiempo a esta parte, la izquierda española ha hecho suyo el relato de un nacionalismo constitutivamente reaccionario, cuya aspiración fundamental es crear nuevas fronteras sostenidas en ficciones identitarias, tan falsas como excluyentes, y en andamiajes conceptuales, contrarios al ideal de ciudadanía y a elementales principios de justicia. Las páginas de este libro proporcionan una crónica y una crítica de un proceso que ha contribuido a la erosión ideológica de la izquierda, hasta el punto de acercarla a tesis políticas incompatibles con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.