El tango nace en la orillita merengada del agua salá, con brisa fresca de otoño y poniente, o con aire caliente de levante, ese levante que permite el equilibrio ecológico y natural para que los gaditanos no estemos reumáticos o con artrosis, pero que nos da un perfil excéntrico y de singulares majaretas. Surge en esa playa a la que va medio Cádiz sin espiocha y el otro medio con la cartilla del paro. Sale de la melodía de un revoloteo de campanas o del tarareo de quien tiende ropa en la blanca azotea de su casa. En Cádiz no se canta en la ducha, que eso es de carajote, se canta en el bar, en la calle, en el Falla, hasta en los balcones de un tercer piso. Pescando o trabajando en un taller, Cádiz es música constante en la mente del gaditano. Así nace nuestro sentido tango, en cualquier rincón, en las viejas murallas que dan a Vendaval, en el frescor de la sombra del puente Hierro de la Caleta en agosto y en el entusiasmo de una guitarra sonando por Cai, sonando por tango. Es puro, auténtico, y el que lo lleva en el alma sintiendo por él delirio, no importa dónde haya nacido, no tiene más remedio que ser gaditano. (Rafael Pastrana) * * * No es posible separar la experiencia vital de Rafael Pastrana ni de Cádiz ni de su tango. Así nos lo muestra el autor en esta obra en la que se abrazan íntimamente el lenguaje poético, los términos propios del Carnaval y el habla gaditana en una trinidad necesaria para explicar una gran pasión: la pasión por el tango de Cádiz.