A lo largo de su anómala carrera literaria, Joseph Brodsky (1940-1996), escribió todos los años un poema navideño. Lo que en primera instancia fue un modo de evaluar el tiempo transcurrido desde la historia personal y política se convirtió más tarde en una reflexión sobre el papel del poeta, sobre la civilización y sobre su fundamento metafísico. En su diálogo con los acmeístas Ajmátova y Mandelstam primero, con los clásicos Virgilio y Dante después y finalmente con los modernos Eliot, Auden, Lowell y Frost, Brodsky inevitablemente replanteó con gran oportunidad las preguntas de Tolstoi, Dostoievski y Soloviev sobre la identidad rusa, en una reflexión que propone una imagen europea y cosmopolita, alternativa a la bizantinista y paneslavista. Reivindicar aquella, contra el predominio apabullante de esta, parece hoy más urgente que nunca.