Las voces del texto, semejante título presume la posibilidad del libro parlante. A pesar del tiempo y la distancia, un diálogo con voces eternamente insomnes vibra merced al milagro de la palabra impresa y el perpetuo palimpsesto donde las distintas capas lectoras, incluso las erróneas, acoplan su eco, en suma, la literatura. Hay una verdad estética con huella humana en toda obra literaria, la voz del texto que por ella transpira: la voz y las voces en diálogo que representan el autor, el libro y sus lectores, a fin de cuentas, la vida. A modo de legado, Roberto Calasso proponía la crítica como un ordenamiento continuo de la biblioteca, así el intento de armonizar semejante guirigay para facilitar la plácida conversación sería el acomodamiento de la biblioteca humana, del canon y sus inmensas periferias, considerando siempre la premonitoria advertencia de Michel de Montaigne, según la cual no hacemos sino glosarnos los unos a los otros. Ateniéndonos a tal en el quehacer de interpretar las interpretaciones, debemos considerar cómo encontrar espacio para lo nuevo valioso sin eliminar parte de lo devenido en c