En mayo de 1925, Percy Harrison Fawcett, legendario explorador inglés, acompañado de su hijo y un amigo de este, desapareció en el interior de la selva amazónica brasileña, su particular «infierno verde», tal y como lo describió. Desde hacía años perseguía El Dorado, la mítica ciudad perdida que él denominó «Z». Jamás se supo nada de él o su expedición, pero su búsqueda y leyenda arrastraron ûy, en ocasiones, condujeron a la muerteû a decenas de aventureros, creando una fantástica fawcettmanía que fundó cultos sobre la «tierra hueca» y siniestras fraternidades «invisibles», así como inspiró al personaje de Indiana Jones. En realidad, escondiendo esto a la Royal Geographic Society y sus patrocinadores, Fawcett, el explorador «nietzscheano», creía en la teosofía y el mundo oculto más delirante. Su plan consistía en lograr contactar con la ancestral Hermandad Blanca o los descendientes superdotados de atlantes o lemurianos, habitantes de continentes perdidos que, para Helena Blavatsky, fundadora de la teosofía, o para los creyentes protonazis de la «ariosofía», eran absolutamente reales y formaban parte de ext