Hace unos años, mi tía Geli me hizo llegar un artículo de La Opinión de Zamora. Una periodista de este diario la había entrevistado y había elaborado un reportaje que publicó. En él, mi tía narraba todo lo que sabía sobre lo que les sucedió a sus tías (las hermanas de mi abuela) al poco de estallar la Guerra Civil Española. Siendo solo unas niñas, fueron asesinadas.Yo conocía solo una parte de aquellos hechos. Algo me contaron hace mucho tiempo, cuando era joven, pero leer la historia completa en esas páginas, me removió.Primero sorpresa, intriga, impotencia, añoranza, ganas de buscar y ganas de tapar, rabia y perdón. Toda una mezcla explosiva, pero no muy diferente de la que aparece a veces cuando trabajamos las emociones en alguna clase.Y luego esa bombilla que se enciende. Esa alerta en la cabeza que empieza a maquinar y a encajar piezas. Esa idea que, poco a poco, se fue transformando en diferentes acciones de un mismo proyecto que podía llevar al aula para trabajar mejor los contenidos de la Historia de España del siglo XX. Un proyecto que podría derribar un tanto los muros del colegio para facilitar el aprendizaje de mi alumnado, haciéndolo más vivencial, más cercano, más auténtico.Yo les podría contar mi historia, como punto de partida, y luego ellos podrían buscar la suya. Tendrían que investigar en su familia, hablar con padres, tíos, abuelos hasta donde pudieran, y tratar de elaborar un artículo propio que, además de presentarlo por escrito, tendrían que contar a toda su clase. Después, para tener una idea más completa de la vida de sus antepasados, traeríamos a los abuelos al colegio, a una sesión, para entrevistarlos entre todos.