Para Jean Epstein, el cine es "ese esa última reserva de lo féerico, de parque internacional de la maravilla", donde el espacio y el tiempo se entrelazan, se disuelven para fluir y se hacen uno. La cámara cinematográfica, diabólica por su capacidad de derrumbar la lógica en la que han sido entrenadas nuestras vidas, detecta y ofrenda el milagro en lo banal. El cine, para Jean Epstein, es el lugar donde el hombre "preserva de la extinción total a la especie envejecida del prodigio". El cine dinamita el hábito, hace de la mera duración una experiencia, desorganiza la normalidad. Es un bendito veneno que corroe, sin pausa y sin piedad, y sin siquiera saberlo, la hegemonía rígida y cruel de lo binario. No instaura jerarquías, no favorece divisiones, no pone al elemento a competir. Provisto de su técnica, nos devuelve a un mundo anterior a todas las técnicas. Armado de su conocimiento, nos libera del concepto y el número para restituirnos el reino de la sensación. No pretende enseñarnos nada, no se dedica a señalarnos un camino, no tiene mandamientos ni moral. La escritura de Epstein es la casa de l