Los versos de La materia sensible son como las heridas del corazón, desconocidas e inevitables y tan profundas como la tierra. Al igual que las raíces de un árbol levantan el asfalto en un acto de supervivencia, las únicas formas que la vida conoce para abrirse camino frente al dolor son la rebelión y la desobediencia. Desprendidos de artificios o metáforas, estos versos nos conducen a un camino de introspección, hacia las trincheras de los cimientos de un mundo que se tambalea y del que la única manera de salir indemne es el retorno a los instantes de fragilidad, de lo imperfecto, de cuando crecíamos abandonados y desbordantes como frutas salvajes y veíamos el brillo del sol en una moneda.