La muerte sobrevuela este poemario, pero es la vida la que siempre se reivindica, la vida celebrada en ese paisaje humano que es la larga elegía que cierra el libro, ese homenaje del poeta a los suyos, que acaban siendo los nuestros tras contarnos su piedra pánica y su viento que siempre tiene que estar huyendo. Ahí, en ese último tramo de la travesía, se mastica el dolor y su injusticia, convertido en un grito que se alza con coraje e impotencia contra un dios en el que algunos, incomprensiblemente, siguen creyendo. Un dios que no admite preguntas, enfadado desde que los hombres descubrieron los números y la brevedad mineral de su nombre. (JM Barbot)