Canallismo ilustrado, melómano y cinéfilo, este libro está sembrado de homenajes a los mejores compañeros de viaje del autor, los discos de Chet Baker, el cine -sobre todo si es el clásico-, y los libros como ladrillos de una casa a la que le falta el techo y le sobran las ventanas, pero es casa porque la construyó desde adentro. Canallismo también enamorado tantas veces y siempre como si fuera nuevo, no hay precaución ni lección aprendida que dure lo suficiente, cuando en la noche un par de ojos deslumbran más que el Packard de Humphrey Bogart de frente en una carretera oscura. Para ello, Márquez le pide prestada a Bukowski la cadencia de los versos, que avanzan un paso sobre otro, escuchando su propio eco, con miedo a que le den la razón al pesimismo. Este es un libro repleto de poemas de amor en todas sus formas y colores. De un lado al otro del péndulo del amor y el desamor, el autor se detiene en los extremos para contar el viaje o recordarlo. Y al llegar al alborozo, lo celebra. (Del prólogo de Carlos Salem)