Ha pasado un lustro desde que Raúl Garrido, el director mimado del cine español, rodó su última película. Cinco años desde que tocó fondo y todas las puertas se le cerraron. Cinco años desde que su vida fue comentada, diseccionada y juzgada por la prensa amarilla. Ahora ha vuelto a escena para rodar una serie. Una de categoría B, o incluso C o D, si es que eso existe. Tiene como protagonistas a una vieja gloria del cine, más preocupada por su aspecto que por la calidad de su interpretación, y a un actor desconocido e inexperto, mucho más joven que ella, algo que a la actriz le sienta fatal. A esto hay que añadir un productor que lo vigila para que no vuelva a caer en «antiguos vicios» y personal de rodaje insuficiente. Pero en realidad, nada de eso sería un problema para Raúl si su jefe no se hubiera empeñado en contratar una nueva script. Una que lo saca de quicio. Que jamás dice la verdad. Que tiene ideas propias y demasiada imaginación. Y que lo vuelve loco. En todos los sentidos.