María San Gil escribe en esta obra sus memorias políticas más íntimas y desvela el difícil camino que queda por recorrer en Euskadi. Con una voz clara y sin fisuras, imagina para sus hijos un futuro libre de violencias y fundamentalismos ideológicos. Nos demuestra que, sean cuales sean las convicciones políticas, Euskadi debe regirse por un compromiso serio con la paz que pase indefectiblemente por el abandono de las armas. Ella sabe lo que es vivir pegada a un escolta y ver morir a compañeros de partido. Pero esto sólo ha fortalecido aún más si cabe su compromiso inquebrantable con la paz, pues para ella no hay otro camino: el problema del terrorismo en Euskadi ya no es político, sino social, económico y cultural. Y es ahí donde se deben redoblar todos los esfuerzos por parte de todos, más allá de siglas y colores.