«Me he aplicado sobre todo a observar las cartas del tarot con atención, con la mirada de quien no sabe qué son, y a extraer de ellas sugerencias y asociaciones, a interpretarlas según la iconología imaginaria». Italo Calvino El castillo de los destinos cruzados, que su autor consideraba uno de sus mejores libros, se publicó originalmente en 1973, tras un elaborado proceso de escritura por medio de métodos combinatorios que le llevó cinco años. Las dos narraciones que lo componen —El castillo y La taberna— fueron concebidas a partir de un mismo juego formal: las posibles interpretaciones de dos diferentes mazos de tarot, cuyas cartas se reproducen como anotaciones al margen a lo largo del libro. Para la primera de las narraciones, el punto de partida es el tarot Visconti —con sus delicados miniados que reflejan el refinamiento renacentista—, que genera una serie de historias cortesanas que aluden al Orlando furioso de Ariosto, protagonizadas por personajes de «bella apariencia y vestidos con atildada elegancia». Y para la segunda, el tarot de Marsella, de trazos más toscos, y que requiere personajes más burdos y un lenguaje más popular. Así las cartas, como viñetas, se convierten en representaciones del inconsciente colectivo que no narran tan solo una historia, sino que «nos» narran.