Como dijo el gran Max Estrella, «Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento». Si ponemos ese mismo espejo ante el mundo rural lo que en él veremos es el Agrohorror, una distorsión de esa realidad tal y como Valle esperpentiza el mundo urbano madrileño: tirando de exageración y caricatura, enfrentando lo terrible al humor, a lo decadente, a lo soez. En ocasiones, según la mirada particular de cada autor, se enfrenta lo terrible a lo poético o a lo surreal. La atmósfera del Agrohorror no muestra un ruralismo visto desde las alturas del urbanita para retratar con mofa al pueblerino, tampoco implica una idealización del campo. Aquí no hay nostalgia alguna del pueblo, de la vida «natural» y «auténtica», ni una defensa de la España «vaciada». Los pueblos del Agrohorror son cotidianamente reales y se alejan de los espacios paganos y míticos del Folk Horror. El segundo espejo distorsionante en el que se mira lo rural es el de lo fantástico, que logra una subversión de la realidad con la inclusión del elemento perturbador imposible, combinado muchas veces con lo insólito, lo extraño, lo abyecto, lo absurdo, lo grotesco, lo onírico… El resultado es un mundo rural español reflejado en dos espejos cóncavos que logran añadir monstruo al monstruo y que nos devuelven un reflejo que no puede más que hacernos santiguar o sonreír.