El agua borra la mancha de tinta que ha caído en la mano y limpia la ensangrentada herida. Cuando, tras las fatigosas tareas de un caluroso día de verano, te limpias el pegajoso sudor de la frente con agua fresca, parece que recobras nueva vida;el fluido cristalino refresca, vigoriza, y produce bienestar. No bien la madre percibe en la cabecita de su tierno hijo costras o cualquier inmundicia, se apresura a lavarla con agua fresca o templada, según los casos. Tres son las principales cualidades del agua;disolver, lavar, y vigorizar;que por si solas autorizan asentar el siguiente principio: "El agua, en particular aplicada según nuestro sistema hidroterápico, sana todas las enfermedades no incurables;en razón a que las diferentes aplicaciones del agua tienden a desarraigar los gérmenes de la dolencia y son susceptibles de producir cualquiera de los efectos siguientes: 1. Disolver los gérmenes del mal que existen en la sangre. 2. Separar y eliminar las sustancais disueltas. 3. Restablecer la circulación normal de la sangre así purificada. 4. Vigorizar el organismo debilitado, devolviéndole la actividad perdida". Lo que aquí se expone no son quimeras, hijas de una imaginación calenturienta, sino frutos que han madurado al calor de la reflexión, que si pueden parecer ásperos y duros a la gente preocupada, han de ser saboreados con placer por las personas de sano juicio. Lo que se expone basta para que pueda formarse juicio del nuevo huésped que llama a nuestras puertas;no se me oculta que unos le dispensarán favorable acogida y otros le cerrarán la entrada.