Actuando como "forense de mí mismo" y de la sociedad, Felipe Aranguren propone un discurso radical, apasionado y lírico a favor de la inocencia: "El candor está enfermo y le arde la frente". En contra de la evasión, de la ansiedad superflua de quienes, "nómadas desde ningún sitio y hacia ninguna parte, sobrevivimos entre misiles y misales". Mezclando el lirismo y la proclama "Quiero cantar y grito", la pasión y el silogismo, el ámbito social y el íntimo, jugando por igual con la filosofía y con la intuición, Memoria del no poder se alza como un alegato subversivo contra la vida-jaula que occidente ("epicentro de la superchería, dominio de las baratijas) está fabricando. La memoria como potencia "eternizadora" del pasado, como base para cimentar la vida ("detén por un momento tu andar vertiginoso, hay una voz sin lengua que te llama, no es la conciencia, escucha") frente a la nostalgia que envenena el recuerdo para perfumarlo de muerte y evasión. Estas son las ideas que unifican Memoria del no poder.