Jorge Luis Borges no se cansó de repetir a todo el que quiso oírle que La dama de blanco y La piedra lunar, las dos grandes novelas de Wilkie Collins, pertenecen a la estirpe de los libros inolvidables. El gran poeta Eliot adoraba a ambas. Fitgerald, insigne traductor y casi inventor de Omar Jayyam, prefería La dama de blanco, pero para Swinburne La piedra lunar es una obra maestra. La relación de escritores que han alabado las novelas de Collins es infinita. ¿Cuál es la razón de que autores tan dispares como los citados proclamen unánimemente la bondad de ambos libros? La respuesta habrá de hallarse en el galopante ritmo de la trama, en el equilibrio que alcanza entre la novela de detectives y el melodrama, en los desenlaces imprevisibles, en un manejo inigualable de la intriga y el suspense, y en una galería de personajes admirables y universales. Además de haber constituido un éxito ininterrumpido de ventas en todas las lenguas, La dama de blanco ha sido llevada al cine, se ha representado en los escenarios en diferentes versiones e incluso se ha rodado una serie televisiva especialmente fiel a la novela.