Asistimos a la reaparición de viejos fantasmas políticos -el nacionalismo, la xenofobia, el populismo-, movimientos caracterizados por la búsqueda de un chivo expiatorio y por el predominio de las emociones sobre la razón. Al mismo tiempo, los últimos avances de las neurociencias parecen indicar que nuestra soberanía individual es menor de lo que creíamos. Así pues, ¿se deben los problemas de la democracia contemporánea al peso que las emociones tienen en la política y la vida social? ¿O hay que rescatar a los afectos de su descrédito tradicional e integrarlos en una concepción más realista del ser humano? Con un enfoque admirablemente multidisciplinar, el autor arroja luz sobre la cuestión y propone posibles soluciones.