En el Valle de los Caídos no hubo trabajos forzados, ni Cuelgamuros fue un campo de concentración. Los presos del Valle solicitaron ir allí por las ventajas que representaba para ellos: la redención de penas por el trabajo, el salario igual al de los obreros libres que también trabajaron allí y con las mismas condiciones laborales, y, sobre todo, la instalación de sus familias junto a ellos, cuando lo solicitaron, en cuatro poblados que se construyeron dentro del Valle con su escuela, hospital, economato e iglesia. Por primera vez se cuenta la verdad de lo que allí pasó, y Alberto Bárcena lo narra con pasión, pero sin odio, que en este libro ha sido desplazado por las fuentes documentales.