En El librero de Selinunte, la milenaria y hermosa ciudad de Sicilia sirve de escenario de para una fábula sublime sobre el valor de los libros -y de los libreros-, sobre lo que perderíamos sin ellos, y sobre el valor de la palabra. El autor nos dice: "...todas las palabras escritas por los hombres son enloquecido amor no correspondido;son un diario apresurado e incierto que tenemos que llenar a la carrera, porque tiempo hay poco".