«Los sellos de su estilo: rapidez en el trazo de personajes y en el cambio de las escenas, ojos de piloto de guerra para captar detalles delatores, un sentido de la ironía capaz de traducir tragedias en peripecias de la comedia humana. Su personal percepción del periodismo hizo de él un renovador a contrapelo, o casi secreto. [...] La claridad de sus exposiciones y su imaginación alegre parecían matizar y aun ocultar la inaudita peculiaridad de sus temas. Las vacaciones de una sirvienta, la receta de un guiso, la enigmática existencia de un objeto o las molestias de un viaje adquirieron en sus páginas el rango de lo imprescindible que se volverá clásico. [...] Sólo una vez vi a Ibargüengoitia, hacia 1979. Yo hacía antesala en una editorial para presentar mi primer libro, cuando él subió la escalera, jadeando como un búfalo. Era un hombre corpulento, con corte de pelo de astronauta. No saludó a la secretaria. Sin reparar en mi presencia, abrió las puertas batientes, de cantina del far west, que llevaban al despacho del director de la editorial. Aquel hombre hosco, impaciente, de modales bruscos, era el mejor escritor irónico de México. Me pareció venturoso que pasara antes que yo, una señal de que debía seguirlo.»Del Prólogo de JUAN VILLORO