Este libro es una recopilación de narraciones de un veterano con más de cuarenta años dedicados a la Medicina y a la docencia, actividades por las que siente una indiscutible, irracional y casi perversa debilidad. El autor, que se confiesa impúdico por naturaleza, explica numerosas anécdotas en el campo de la enseñanza y reflexiona sobre la educación de varios colectivos: pacientes, escolares, estudiantes de Medicina y compañeros de profesión. A diferencia de San Agustín, que recomendaba educar con «amor y temor», él lo hace con amor, humor y, por qué no decirlo, una pizca de mala leche. Después de pisar terrenos delicados, como el de la educación de los hijos, los nietos, los perros y la pareja, las últimas páginas reproducen unos papeles antiguos que parecen hechos a medida para concluir este libro, cuya intención es distraer, provocar una sonrisa y -¡eh!, si puede ser, como diría Pere Quart- hacer reflexionar un poco sobre la apasionante actividad que es la educación.