Todos hemos hecho algo por amor. Con todos sus deseos y expectativas, con toda su incertidumbre y sus epifanías, con todas sus mentiras y recompensas y rencores. Con toda su felicidad. Ignacio del Valle se sumerge en una relación, la creación del amor, su desgaste paulatino, su destrucción. Todo es un proceso universal, un imaginario, una lucha diaria en la que se dirime la felicidad de dos personas. Dos voces que se entrecruzan durante toda la novela, con toda la ilusión y todo el cansancio. Humor, empatía, crudeza. El amor, «esa sensación de dicha que nos hunde en la idiotez», como definió bien Turguénev. Siempre inabarcable, lleno de cicatrices. Siempre lleno de esperanza y devastación. La primera mirada, la seducción, el primer beso, el sexo. La rutina, las pequeñas miserias, el estrés diario, la economía. Las encrucijadas, el desamor. Los finales y el silencio. Porque la historia se repite, pero no se parece. Porque la historia. Pero no se parece. Y llegas a la conclusión de que la verdadera felicidad, la única, sucede, paradójicamente, cuanto te rindes, cuanto más expuesto estás.