Mi nombre es Julián Romero de Ibarrola y soy maestre de campo de los tercios del rey nuestro señor. Sirvo hoy con don Felipe II como ayer serví con su augusto padre, el césar Carlos. Queréis que os cuente mi historia y yo os diré que mi único mérito es haber salvado la piel donde otros dieron la vida. Constato en vuestras miradas que no sabéis lo que pasó en San Quintín. Avergonzaos, ganapanes, porque pocas páginas han escrito nuestras armas más gloriosas que aquella victoria, en la que este vuestro servidor cayó herido cuando una bala de mosquete me perforó una pierna y desde entonces me cuelga así, como dormida. Aún tengo que dar gracias a Santiago de que no hubiera que cortarla, según se solía hacer, para que la gangrena no me comiera el cuerpo. Y ahora, si queréis saber más, prestad oído...