Este libro es la crónica sonora de un viajero. Durante años, el autor se ha movido por el mundo con un micrófono en la mano, a la escucha. De oídas, se podría decir. Desde este particular «punto de vista», los paisajes, tanto los naturales como los culturales, cuentan un relato diferente. En la tierra se hablan cientos de idiomas, se convoca a la oración de mil formas, cada cultura canta y ríe a su manera. En los paisajes culturales, el sonido dibuja los perfiles del horizonte. En el coro metálico de las campanas está el perfil sonoro de las ciudades;en las llamadas a la oración desde todo tipo de minaretes, las ondulaciones de los paisajes desérticos;en las trompas de los lamas, la profundidad de los valles del Himalaya. En la naturaleza, por otra parte, no hay dos lugares que suenen con la misma banda sonora, ni dos días en los que se repita el mismo concierto. Nadie sabe lo grande que es un volcán hasta que puede medir el volumen de sus estampidos. Ni cuántos son los habitantes de la selva hasta que escucha las voces que llegan desde los límites del horizonte sonoro, más allá de los árboles. Para quien viaja con el oído el crepitar de los anfibios y los insectos en la sabana africana, el lamento de las hienas o los gruñidos de los hipopótamos son el preámbulo a la propagación de los rugidos del león;el grito de alerta del sambar en la jungla, el aviso que precede a la llamada del tigre. El silencio, el telón de fondo contra el que se compone la música de la biodiversidad. No hay límites para esta banda sonora en la que la vida en la tierra se cuenta a sí misma con sus propias voces.