La vida no fue nada amable con Issa Kobayashi (1763-1827), un hombre maltratado por las circunstancias, que pese a ello nos dejó algunos de los más hermosos y serenos haikus de la literatura japonesa. Su gran sensibilidad le hace inclinarse siempre por el débil, por el pequeño, por el desposeído. En sus poemas abundan los animales, pero no los poderosos, sino los necesitados, huérfanos como él, pobres, menesterosos, con los que se siente hermanado y a los que defiende y reivindica. Tenía un cariño especial por los gatos, cuyas actividades, actitudes y costumbres observaba con atención y apreciaba tanto que les dedicó más de trescientos poemas, algunos de los cuales aparecen en este libro. Pero son muchos otros los animales que abundan en su poesía: ocas, ranas, gorriones, libélulas, mariposas, caracoles, avispas, cigarras, cuclillos, ciervos y cuervos, caballos y bueyes, sapos y mosquitos. Hasta las moscas, los piojos y las pulgas despiertan su cercanía y compasión. Dentro de la evolución estética del haiku, que oscila a lo largo del tiempo entre la pureza y la sobriedad de Matsuo Bashoo por una parte, y los cultivadores del senryuu por otra, el papel de Issa es fundamental, porque partiendo siempre del mundo real, de su propia vida y de cuanto y cuantos se cruzan con ella, trasciende la anécdota, la enriquece y la hace revivir con modestia, cariño y simpatía. Su poesía es cordial y por eso nos resulta tan próxima. Es cercana y sencilla, respira humildad y humanidad, nos invita a compartirla, a hacerla nuestra.