Todos los muertos deberían valer lo mismo. Sin embargo, en tiempo de crisis hay muertos y muertos. Cuando aparece en un callejón de la Isleta el cuerpo sin vida de un extranjero con un agujero de bala en la nuca la policía de Las Palmas de Gran Canaria no tiene por dónde empezar. Si, además, resulta que ese extranjero no es americano ni alemán ni inglés y que ese cuerpo no lo reclama nadie, la investigación se va ralentizando hasta casi el marasmo. Así que, tras una cena en la que la mujer del inspector Alvarez le lanza el guante, Ricardo Blanco regresa a la investigación de un crimen. Por el camino se topará con los restos de una guerra que se remonta a veinte años atrás entre bosnios y serbios.