Las obras pintadas son a menudo grandes espejos que nos invitan a contemplarnos. Nuestra materia profunda se mezcla con la que el pintor depositó en el lienzo. Así nacen a veces los hermanos. Émile Friant, aunque nacido un siglo antes que yo, es uno de ellos. En esta novela quise hablar de él, y hablar de mí mismo a través de él, tener de alguna manera una conversación imaginaria y sincera con él. Fue escrita cuando sólo había publicado dos o tres libros, desde entonces hubo bastantes más, pero éste es de entre todos ellos el que dejó huellas más profundas en mí. Probablemente porque encierra una frescura y un impulso que el tiempo no ha logrado marchitar.