Leibniz escribió el Discurso sobre la teología natural de los chinos en 1716, último año de su vida. No lo concluyó ni lo envió a Nicolás de Rémond, quien le había sugerido escribirlo y, con dicho fin, le había enviado los dos tratados de los misioneros en China en los que Leibniz se basó para su redacción. En él vertió las reflexiones de toda su vida acerca de China, de la condición humana, de las doctrinas no cristianas y de la evangelización. Los dos autores sobre los que trata habían muerto, de modo que se dirige a los sabios europeos que se habían interesado por China. Leibniz discute sobre la interpretación más adecuada de los conceptos chinos y sobre las opiniones de Longobardi y Santa María acerca de ellos. Partidario de la doctrina acomodaticia de los jesuitas, considera erróneas las opiniones de ambos padres y sugiere que las consecuencias prácticas de dichos errores podrían ser contraproducentes para Europa. Como muchos en su época, Leibniz piensa en una posible alianza política de China con Europa cuyas ventajas serían inmensas. Exalta además las virtudes del emperador Khang-Hi, monarca ilustrado. Con esto, la imagen sobre el no europeo pasa de la idea del salvaje a la de un hombre que puede ser también refinado, cultivado y modelo de conducta. Aunque se considera el Discurso como una obra menor y no se le ha prestado la atención debida, este escrito resume concepciones definitivas para Leibniz. Por ello merece ocupar un lugar entre las indispensables para conocer y comprender su pensamiento.