Nagoragorana es un territorio imaginario creado por el autor. Puede ser que alguien pretenda identificarlo, pero ya se advierte al inicio que cualquier parecido con la realidad no siempre es inevitable. La trama parte de la profecía de Newton, en 1705, pronosticando el fin del mundo en 2060, y de las teorías de Alexandre Deulofeu, en La matemática de la historia (1967), asegurando que hacia 2029 se disgregaría el Estado español. Ese tiempo ha llegado, porque la acción transcurre a mediados del siglo XXI. Debacle en Nagoragorana describe la situación mediante una larga carta a Mijaíl, lejano pariente del narrador, que quiere conocer la tierra de sus antepasados antes de que sobrevenga el fin del mundo. El conflicto entre las banderías gobernantes la coalición de la Higuera y la del Guindo, los proyectos para paliar la gran sequía, la desertización creciente, el abandono de villas y aldeas, la indolencia administrativa y el conato de rebelión de los menesterosos, cada vez más indignados por la inoperancia del gobierno, así como por la injerencia de la Orden Dórica en los asuntos públicos, van a propiciar el desastre. La índole especial de esta novela exige la creación de un entorno imaginario, en el que los personajes se puedan mover con libertad. Un mundo imaginario, habitado por seres imaginarios, pero tan alejados del símbolo y de la alegoría, tan impregnados de realidad, que este relato de sus vicisitudes se parece más a una crónica de sucesos, de intrigas sociales reales, que a una creación vehiculada por la ficción literaria. La forma con que el autor consigue esta original simbiosis literaria, permite calificar a Debacle en Nagoragorana de sátira magistralmente contrapunteada por la voz de la tragedia.