Con frecuencia, necesitamos tomar distancia para apreciar lo propio, introducir una alteridad, que nos haga aprehender con más honduras lo que consideramos nuestro. Quizás por ello el viaje ha formado parte de la educación artística del creador humanista. Si bien los modos de vivir y experimentar el viaje han cambiado significativamente en el transcurso del tiempo desde el Grand Tour hasta la deriva situacionista o el Erasmus actual estos desplazamientos comparten una voluntad formativa. El artista moderno adquirirá un papel absolutamente nómada. Impulsado tanto por el deseo de conocer los grandes centros artísticos como por los exilios derivados de las agitadas circunstancias sociales que atraviesan las centurias, los artistas se ven impelidos a un constante devenir. Pero, sea cual sea su motivación, forzado o buscado, en el viaje anida también una aspiración al reencuentro con uno mismo. Fuertemente a partir del siglo XVIII, el viaje se revela una manera privilegiada de introspección. Si Rousseau se refería a él como esas heures de solitude où je suis pleinement à moi, en los escritos de Friedrich o Schlegel se hablará del heroísmo del viaje ligado a la identidad intrépida del artista. Este vínculo no hará sino estrecharse en lo sucesivo. Tomando casos señeros, este libro explora la dimensión sentimental del tránsito indagando en ese particular imaginario del artista contemporáneo como artista viajero en el siglo XX y comienzos del XXI. En nuestra era, marcada por flujos y nomadismos a escala global, las visiones y experiencias asociadas al desplazamiento, y a fortiori al artístico, han sufrido transformaciones sin igual.