La cuestión decisiva no es «¿ser o no ser », por muy especial que sea, sino «¿en qué soy único ». Ni mi historia, ni mi muerte, ni mi libertad me hacen insustituible. Lo que de verdad me hace único es la respuesta que doy al otro, que se me presenta como algo santo que reclama no ser dañado.Levinas desarrolla esta idea clave en discusión con una gran parte de la historia filosófica. El ser humano despliega su humanidad como «guardián de su hermano» y rehén al servicio del extranjero, de la viuda, del huérfano, no como «pastor del ser». Yo, cada yo, estoy y está convocado a la respuesta de la responsabilidad. Y no se trata de una inclinación altruista, pues la fraternidad con el diferente es una carga abrumadora, pero tampoco nadie es esclavo del Bien.