Quien movido por el Espíritu decide hoy servir a Jesús, no tardará mucho en darse cuenta de que, si no quiere extraviarse por sendas extrañas, precisa conocer y practicar los rasgos esenciales de la existencia cristiana. Porque ser discípulo de Jesús es nutrir la vida con el alimento de la fe, de la esperanza y, sobre todo, del amor. Quien desea seguir al Maestro aprende a acoger el perdón de Dios y a practicarlo, primero con uno mismo y luego con los demás. Porque el verdadero discípulo se esfuerza en crecer día a día en la santidad con sosiego, con alegría y siempre con libertad. Ser discípulo requiere, en fin, estar atento a los signos de la presencia de Jesús en la vida cotidiana y en hacerse hermano de quienes más lo necesitan.