La vocación es ante todo un acontecimiento personal. Por ser única e irrepetible, debe tenerse especial cuidado al teorizar sobre ella, pues se corre el peligro de «simplificarla y trivializarla». La mejor forma de conocer el sentido de la llamada que el Señor dirige a una persona consiste en comprenderla a la luz de su Palabra. De hecho, la Palabra no solo nutre cada vocación, sino que es su territorio natural, como atestiguan las historias de Abrahán, Moisés, Samuel y Jeremías, en el Antiguo Testamento, o Jesús y sus discípulos, en el Nuevo. Al contemplar la riqueza y variedad de las distintas vocaciones, el creyente tiene la posibilidad de discernir los elementos comunes y permanentes que caracterizan la llamada de Dios y de reconocerlos en su propia historia de salvación