No es momento de paralizarnos en el lamento reiterativo por los malos tiempos que vivimos, porque hemos sido desplazados a las orillas del reconocimiento social y del poder. Es tiempo de abrirnos a una nueva experiencia de Dios, para ser los testigos alegres y esperanzados de formas nuevas de experimentarlo como el Dios que nos integra, precisamente cuando estamos plenamente integrados en esta realidad dura y fragmentada que no siempre acepta la imagen de Dios que les hemos presentado en el pasado. No nos resignamos a leer la realidad a través de las «imágenes seducidas» que cada día llegan a nuestros sentidos desde los medios de comunicaciónm, se adentran en nuestra intimidad y se disfrazan en nuestras entrañas para apoderarse de nuestros sentimientos y decisiones. Necesitamos una nueva sensibilidad para percibir a Dios y su acción en este mundo. Necesitamos que nuestra mirada y todos los demás sentidos empiecen este viaje hacia la visión de Dios en medio del mundo. «Ver o perecer», dice Teilhard de Chardin. Éste es nuestro desafío: contemplar la realidad con ojos nuevos para descubrir el filón de la vida evangélica, tanto en la cotidianeidad que nos envuelve como en lo diferente, lo oprimido y lo secularizado, para reflejarle al mundo en nuestra propia carne otra imagen de Dios y de la persona humana.