Los que inician un camino espiritual pueden hacerlo de dos maneras diferentes: fijando la mirada en el ideal y aplicándose con todas las fuerzas a conseguirlo, o trabajando por construir el edificio del espíritu desde la realidad de cada uno. Cuando tomamos el primer camino, solemos prescindir de la realidad y podemos convertirnos en sujetos atormentados y divididos interiormente. Sin embargo, en la espiritualidad desde abajo tratamos de abrirnos a las relaciones personales con Dios en el punto en que se agotan y cierran las posibilidades humanas. Entonces, la auténtica oración brota de las profundidades de nuestras miserias y no de las cumbres de nuestras virtudes.