Hasta el final de su vida, y durante más de diez años, Publio Virgilio Marón (70-19 a. C.) estuvo dedicado a la composición de la Eneida, unánimemente reconocida como el más perfecto exponente del clasicismo romano. Virgilio pretendió con ella ofrecer la gran epopeya de sus orígenes, que sirviera al tiempo como justificación y exaltación del nuevo régimen impuesto por el emperador Augusto. El resultado sería esta magistral combinación entre el pasado legendario de Roma y su historia reciente. Más allá de las evidentes funciones políticas y sus distintos niveles temáticos, la Eneida nos ofrece la gesta de un héroe exiliado de su patria. Tras la quema de Troya a manos de los griegos, Eneas parte hacia una tierra extraña, en la que había de encontrar su nuevo hogar. En su viaje por mar, el hijo de Venus arrostrará numerosas dificultades hasta llegar a su destino en la costa italiana, e incluso allí se verá obligado a entablar una guerra contra los pueblos itálicos, para conseguir al fin fundar una ciudad llamada a convertirse en cabeza del mundo.