El amor, avaricioso remolino, arrastra a Erea hacia la bruma. Su sangre no conquista lo que anhela y las ilusiones desembocan en el desengaño. Ese arrastre es consciente y reflexivo en su día a día, bajo el techo que la resguarda en un barrio de su ciudad. En sus aventuras, o, mejor dicho, desventuras oníricas, el amor y sus torbellinos pierden poder y las preocupaciones de Erea son más materiales, valga la paradoja. La obra es en lo formal un diario donde se van cruzando los sueños y la llamada vida real.